Hygge: Vinos, discos, libros y la felicidad del hogar

Las adversidades climáticas que los países nórdicos deben atravesar año tras año, no son ciertamente una novedad. Tampoco lo es – para los daneses – el cautivante concepto denominado Hygge, una tendencia en el modo genuino de disfrutar la vida, que esta nación viene perfeccionando desde hace décadas, pero que recién ahora sale hacia el mundo para terminar de convencernos sobre la idea de que la calidez de un hogar y los pequeños placeres conforman la verdadera base de la felicidad.

Precisamente, el término Hygge – tal vez un poco difícil de traducir – proviene de una palabra noruega que significa bienestar. Pero los daneses consideran que Hygge no es cualquier tipo de bienestar, sino probablemente el más trascendental.

Claramente, este concepto no tiene que ver en forma exclusiva con el tipo de clima, aunque sin dudas el frío, la lluvia y la prolongada oscuridad de los inviernos boreales han contribuido en gran medida a darle forma.

Para un danés, Hygge es conquistar el placer incomparable de la felicidad que generan la calidez y la paz de un hogar, y en ello todas las pequeñas cosas que nos ayuden a descubrir las maravillas de los sentidos y la tranquilidad del alma.

En el día a día nórdico, esta idea se traduce en la necesidad imperiosa de escapar de la aceleración de la vida moderna, de los problemas, los miedos y las preocupaciones. Y los resultados son simplemente fantásticos.

Claro es que no se trata de un escape egoísta ni de una forma de aislamiento, sino todo lo contrario. Hygge, para los daneses, es un placer tanto individual como grupal. Es relajarse de un modo confortable y minimalista, dejándose llevar por la magia de un libro, de una pieza musical o de un buen vino, y es también reunirse en familia o con amigos, cerca del calor de una estufa, compartiendo anécdotas, una comida especial y alguna que otra copa (ellos preferirán, en muchos casos, ¡un vino caliente y dulce!).

Esta forma maravillosa de estimulación de los sentidos nos llega muy de cerca a todos aquellos que amamos y fomentamos la cultura del vino en su costado más puro, abrazando la noción de que al descorchar una botella nos introducimos en un mundo lúdico, a través del cual la mente vuela hacia otras regiones, interactúa con personajes únicos y entrañables, y descubre sus talentos, emociones y esfuerzos, traducidos a meses, años e incluso a décadas de intensos trabajos.

Algo de ello nos contó Michael Gelb en su libro Descorche su Creatividad, al señalarnos que “los hombres y mujeres de genio entienden que la relajación, la receptividad y la creatividad van de la mano. En lugar de reprimir el espíritu dionisíaco, podemos hacernos amigos de él y descubrir una relación con el sexo, la comida, el vino y nosotros mismos, que sea saludable y que afirme la vida”.

Por supuesto, es cierto que los pueblos mediterráneos (de quienes heredamos la fantástica tradición vinícola) están muy acostumbrados a disfrutar de la vida y de sus placeres. Pero en Dinamarca fueron un poco más allá, o al menos hicieron de ello un estilo propio.

La idea de Hygge, en líneas generales, es poder alcanzar la felicidad interior a partir de cosas tan simples como trascendentales, que conforman la base de nuestra razón de ser, pero que la mayoría de nosotros solemos pasar por alto, debido a la velocidad – cada vez más acelerada – de la rutina diaria.

Tal vez, al pensar más detalladamente en este concepto, podamos comprender mejor la magia y el climax que suelen desplegarse cada vez que exploramos nuestra cava y logramos escoger alguna etiqueta que nos resulta especial y atractiva.

Probablemente, muchos de nosotros hayamos practicado el Hygge sin saberlo, relajados en la comodidad de nuestro sofá preferido, escuchando los delicados sonidos de Franz Schubert, Sergei Rachmaninoff, Tommy Flanagan o Louis Armstrong; rememorando una y otra vez las travesías fantásticas del genial Phileas Fogg junto a su fiel acompañante Jean Passepartout, y bebiendo un Pinot Noir de la Borgoña, de la Patagonia o de California; un Malbec del Valle de Uco, un Cabernet Franc de Gualtallary, un Shiraz de Barossa Valley, o un inconfundible Nebbiolo de Barolo.

MAXIMILIANO BERTOLINI
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